lunes, 14 de agosto de 2017

Historia de amor en la Roma

En la colonia Roma se vive una realidad diferente, se respira un mejor aire, se vive lo mejor de dos épocas. Cabe aclarar que no me expreso así solamente porque ahí vivo, en serio, tienes que caminar por esas calles hechas con recuerdos, que las yemas de tus dedos toquen las paredes de los edificios que se construyeron con los deseos de cientos de personas. 

Tus ojos no pueden ver una grieta en el suelo sin leer en ellas las lágrimas que se derramaron, o que el aire te traiga consigo las historias que cada rincón de la Roma encierra con ellos. No miento, ve un día y respira esa brisa que te llenará de los suspiros de otras personas y te alborotará juguetonamente el cabello con las risas que se quedaron enterradas en tan espectacular colonia.  

Porque así es la Roma, ahí se vive el pasado, aparte del presente. Ahí se vive el romance y se sufre la tragedia. Y sí, es ahí donde también conocí el amor, pero ésta no es una historia romántica. Es la historia que cuenta cómo me rompieron el corazón y como es el deseo el que continua prevaleciendo en mí.

Ahí entre las calles de mi colonia es común toparse uno con apasionados amantes que comparten el secreto de un ardiente amor. Es frecuente que tus ojos pasen distraídamente por las manos entrelazadas de jóvenes que van con radiantes sonrisas en los rostros creyendo que el mundo es suyo, solamente porque se tienen el uno con el otro.

Yo veía eso con anhelo, mientras que otros apenas y lo observaban. Yo quería ser uno de ellos, yo deseaba que alguien entrelazara su mano con la mía, sentir el calor del cuerpo de otra persona, o que los latidos de mi corazón resonaran en junto con el de alguien. Creí que iba a ahogarme en anhelos, pero fue cuando cumplí 17 años que llegó el día en que mi deseo al fin se cumpliría, pero al mismo tiempo se convirtió en el inicio de un dolor que no me he podido sacar. Ese día fue el mejor de mi vida, y al mismo tiempo el peor que he pasado. Porque así de paradójico es el amor.

Aprendí entre las hojas de los libros cómo hasta los amores más puros e inocentes son condenados por la sociedad. Y aun así no me importó, yo quería experimentar ese embriagador sentimiento que nos llena, el amor que Carlitos le tuvo a Mariana, el amor que se vivió entre las calles de mi Roma. Ese amor puro, casto, y bueno es lo que necesitaba. No podía seguir encerrado en la sobreprotección que mi madre tenía hacia mí. No me malinterpreten, sé que lo hace por amor. Pero necesito una brisa que me llene de vida, y no de preocupaciones. Que me libere, en lugar de hacerme sentir prisionero.

Pero continuemos con esta historia que no es de amor. Fue ese trágico día, mientras caminaba con mi mamá en el parque, intentando celebrar mi nacimiento, vi a una hermosa joven con rizos cafés, y ojos color chocolate. Tenía un vestido blanco, que la hacía parecer un ángel. Ella reía, mientras sostenía entre sus dedos mi libro favorito. Se encontraba sola, con el sol pegándole en sus delicadas facciones, sentada tranquilamente en una banca. Me congelé, mi corazón se detuvo un momento mientras absorbía cada detalle de ella. Una energía corría a través de mis venas.

Mi mamá, preocupada, me tomó la temperatura. Yo le quité la mano con un ademán un tanto grosero, pero es que ya estaba harto de sus cuidados sobreprotectores, por dios, tenía 17 años. La joven bajó el libro cuidadosamente, y me sonrió calurosamente. En ese momento llegué al climax de una felicidad que no conocía, no quería soltar ese momento nunca, quería quedar atrapado entre los pliegues de su sonrisa, entre las pestañas que coronaban sus ojos, y entre esos dedos que sostenían las páginas de ese libro que tanto me había hecho volar entre sus renglones.  

Intenté ir hacia ella, pero encontré a mi mamá agarrándome del brazo fuertemente, jalándome hacia ella. Yo enojado, tiré de su agarre y seguí caminando hacia es hermosa joven. Las palabras querían salir de mi boca, pero como siempre se me trabaron entre la lengua y se quedaron en un efímero pensamiento. La joven se acercó a nosotros, y con temor comprobé que se dirigía a mi madre.  No, pensé en mi interior, no nuevamente, por favor.

       -¿Qué tipo de autismo tiene su hijo? Soy nueva en el área, mucho gusto- se presentó cortésmente, extendiendo la mano hacia mi madre.

En ese momento dejé de escuchar, me quedé petrificado. No había notado que me encontraba en el área de rehabilitación, no creí que me fueran a llevar el día de mi cumpleaños a estos jardines. Mi madre comenzó a platicar con la joven, que resultó ser trabajadora de ahí.


Yo quería gritar, quería llorar. Creí que por primera vez me habían visto por lo que soy, y no por la enfermedad que aquejaba mi cuerpo. Oí mi corazón crujir, mientras que la enfermera me sonreía intentando comunicarse conmigo. No podía tener idea del daño que su sonrisa me había hecho. Cerré los ojos mientras mi mente viajaba a las calles de esa colonia que tenía mi amor oculto, que sabía que tenía un corazón palpitando por mí y no por mi enfermedad. 

El derecho a la Soledad

Demian
Salvador Dalí



















El pájaro rompe el cascarón, el huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper el mundo.
Los marginados, los solitarios, los que están rotos por dentro y a esos que lidian con demonios en sus cabezas e infiernos en sus corazones se han reconocido en las obras de Herman Hesse, quien predica que no todos pueden sentirse identificados alrededor de sus semejantes, que está bien no encajar en un mundo perfectamente estructurado y que es excluyente con los que no caben en el molde.

El autor alemán, quien fue ganador del Premio Nobel de Literatura en 1946, le da voz a los corazones incomprendidos que creen ser los únicos en el mundo que se han convertido en piezas sobrantes de un rompecabezas absoluto.  

Hesse fue poeta y novelista, sin embargo fue con sus narrativas que logra llegar a un público que necesita saber que está bien no ser igual que los otros, que no es un error sentirse marginado y que el saber es el camino para poder tranquilizar la inquietud.

Demian, Siddhartha, y el Lobo Estepario, son sus obras más famosas. Las personalidades tortuosas son lo que definen sus obras. Sus protagonistas se sienten atormentados por no encajar, e intentan encontrarse a sí mismos por diversos medios que no siempre son los ortodoxos. En muchas ocasiones sus personajes siguen el camino del vicio para poder entender que el ser humano es más que eso, y que no importa que a veces se derrumbe, puesto que tiene la opción de siempre levantarse y comenzar de nuevo. Que los errores no son lo que nos definen, más bien nos enseñan. En esta ocasión nos concentraremos solamente en Demian, escrita en 1919, y con la cual marca su prometedor camino.

“Unas veces me consideraba un genio, otras un loco; no conseguía compartir las alegrías ni la vida de mis compañeros”. Pasaje de Demian, el cual ejemplifica perfectamente al protagonista Emil Sinclair, quien es un niño proveniente de familia religiosa donde sólo vale lo correcto. Su vida cambia cuando conoce a Max Demian, un extraño que le abre camino a vertientes del pensamiento que jamás había considerado. Le quita el peso del miedo, pero lo maldice abriéndole los ojos al conocimiento y a la verdad que éste conlleva.

Esta novela explora otras teorías en la religión, un saber del mundo y de la condición humana que sorprenderá en todo momento al lector, y principalmente le permitirá reflexionar como jamás lo había hecho en cada página que vaya leyendo. De igual manera, retrata con una destreza impecable el paso de la niñez a la juventud, las dudas existenciales que definen a cualquier individuo y la dialéctica entre el bien y el mal.

Demian es un reflejo de los valores cristianos que los padres del autor le inculcaron en la niñez, de las dudas y miedos que éste tuvo, y sobre todo de los dolores y sufrimientos que pasó encontrándose en la adolescencia, puesto que este texto fue escrito bajo la influencia de una terrible depresión.

Todos nos hemos sentido extranjeros en nuestras propias vidas, nos hemos cuestionado si el camino que estamos siguiendo es el correcto, o simplemente hemos dudado si en verdad sabemos quiénes somos, es por eso que las obras de Herman Hesse son para todos, porque todos tenemos un Emil Sinclair dentro de nosotros, esa persona que no para de cuestionar todo a nuestro alrededor. 

Las muertas de Ibargüengoitia

Jorge Ibargüengoitia


"Lo triste o lo alegre de una historia no depende de los hechos ocurridos, sino de la actitud que tenga el que los está registrando"

La risa no llena, no es buena, no es interesante, no tiene función literaria. Éste era el sentir del célebre autor y periodista Jorge Ibargüengoitia. Él afirma que no hay beneficio en hacer reír a la gente, ya que es febril creyente que el mexicano está idiotizado por una sociedad corrompida por la mediocridad.

No hay justicia en la carcajada que estalla de las gargantas iletradas de una sociedad que está a gusto con la venda que tiene en los ojos, que acepta el hecho que se respire en las calles de México la corrupción, la explotación y las injusticias que día a día se viven.

Ese sonido de una risa que no se merece, ya que no aporta nada al cambio que se debe realizar, uno que se agrava con el paso del tiempo, y que poco cambia a pesar de que nuevos nombres aparezcan en el gobierno, o que nuevos presidentes nos rijan. Todo es igual, la indiferencia, la ignorancia, lo superfluo en las mentes de los residentes de un país que pide auxilio por cada poro de su cuerpo.

Éstas son las creencias que Ibargüengoitia tenía de la humanidad, es por eso que antes de ser un escritor de ficción, fue un alto crítico de la sociedad. Todos sus artículos periodísticos, cuentos, novelas están empapados del salvaje sarcasmo que pretende abrir los ojos de sus lectores. Emplea un estilo que logra destazar a los máximos mandatarios que en su época estaban en el poder, los ridiculiza de una manera sutil y al mismo tiempo descarada, entre ellos personajes políticos y de gran poder económico.

Ibargüengoitia se inició en el teatro, pero comenzó a destacar tras la publicación de Los relámpagos de agosto (1964). De ahí comenzó a establecer como suyo el estilo descrito anteriormente, que se refleja en diversas obras que más adelante publicaría. Entre ellas está la novela Las Muertas, la cual esconde dentro de sus páginas la sangre de inocentes jóvenes, junto a temas de prostitución, esclavitud, trata de blancas y corrupción.

Ésta se basa en el famoso caso de Las Poquianchis, que fueron las hermanas encargadas de dirigir varios prostibulos. Las jovenes que trabajaban en ellos eran reclutadas a base de engaños, y sin posibilidad de escapatoria, gracias a las multiples deudad que las hermanas les hacían acumular.

Cuando sus establecimientos fueron descubierto y cerrados por las autoridades, las hermanas decidieron mantener reclusas a sus trabajadoras con la ilusión de una abrir en un futuro, y de esta manera recuperar la fama y el prestigio que en el pasado habían tenido.  Sin embargo su esperanza se quedó en recuerdo y las trabajadoras se conviriteron en prisioneras. Todas fueron maltratadas, otras asesinadas, y unas cuantas enterradas en el jardín trasero de la vivienda.

El autor inicia su novela comentando que algunos de los acontecimientos son reales, pero todos los personajes son imaginarios. Las Muertas, tiene una estructura de informe policiaco, siendo el principal testigo el amante Simón de una de las hermanas.

Aquí expone Ibargüengoitia la corrupción en el gobierno mexicano, exhibe los sobornos que las hermanas tuvieron que procurar para permanecer con sus prostíbulos, y las figuras políticas que se pavoneaban en éstos. Asimismo, logra retratar la condición del ser humano, ya que en su novela no hay villanos, como tampoco hay víctimas. Todos se mueven por el propio interés, todos enloquecen al verse privados de su estilo de vida o de sus hábitos comunes.

La historia de Las Muertas, se disfruta, se sufre, se aprende, y abre los ojos de sus lectores. Éstos se logran dar cuenta cómo hemos vivido en crisis toda nuestra vida, que los momentos difíciles no son exclusivos del hoy, sino también fueron destacables en el ayer, y que si no hacemos algo se convertirá también en nuestro mañana. Él que prefiera cerrar los ojos, atarse su venda, y recostarse en la ignorancia, tiene un poco de la sangre que se derrama todos los días en nuestro país. 

El Poeta del Exilio

Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser. 

Muchos fueron los que coronaron a Gibran Jalil Gibran como el loco de sus tiempos. Puesto que era esa persona diferente y un tanto incomprendida, que con sus escritos lograba encerrar la musicalidad de lo no oído, las notas sepultadas que solo pocos pueden apreciar, esas voces encerradas y no atendidas que están desesperadas por ser escuchadas, así como los deseos internos de las personas que viven en el miedo de mostrar sus verdaderos rostros a una sociedad que juega con las máscaras de la banalidad y la futilidad.
Pintura de Gibran Jalil Gibran
Gibran Kahlil es la transcripción original árabe de este poeta, pintor, novelista y ensayista libanés nacido en 1883. Fue conocido  como el poeta exiliado, quien se distingue por las múltiples parábolas que emplea en sus cortos cuentos para demostrar la psicología del ser humano, y los deseos encerrados que anidan en él. Usa los silencios como armas, y la interpretación como las balas que disparan al lector.

Su obra El Loco, publicada en 1918, es un compendio de cortos cuentos, que se centran en el argumento de anécdotas, alegorías y reflexiones contadas desde la perspectiva de un hombre que se considera loco a sí mismo. Cada cuento está escrito con un halo de sortilegio que permite al lector encontrar diversas interpretaciones en la misma narración. A pesar que ésta pueda ser breve, en cada renglón que encontramos en el libro, hay una nueva parábola con la cual nos podemos sentir identificados, o que nos puede hacer reflexionar sobre nuestras propias vidas.

Este libro, a pesar de la fugacidad que se encuentra en cada una de sus hojas, exalta la soledad bien aceptada y la seguridad de que todos ocultamos una parte de nosotros mismos a una sociedad que nos exige bailar en una danza de máscaras, que parece premiar a quien mejor oculte sus sentimientos. Ahora parece requisito mostrar sonrisas forzadas que reemplacen lágrimas, risas escandalosas que nos esconden corazones rotos, o emplear la indiferencia en nuestras vidas en lugar de vivir éstas con la intensidad que se merecen.

Ya no se vive, se oculta. No se muestran los infiernos propios, se fingen los paraísos que pocos conocen, pero que todos asienten con sus cabezas cuando se les pregunta por éstos. Por eso las personas que se quitan la máscara de la falsedad y el disfraz de la mentira son considerados locos o extraños que no logran encajar. Gibran en su obra nos demuestra que está bien descender a tu infierno, mientras los demás suben a su cielo, que no es pecado querer ser un loco en la soledad, reírte dentro de ella sin la compañía de alguien que no te podrá entender y que te despersonificará cuando lo intente.

Pintura de Gibran Jalil Gibran
Asimismo habla de los resentimientos no hablados que surgen solamente en el inconsciente, pero que son tapados con la cortesía del día a día. Este autor no teme en escarbar en ningún tema, habla sobre la religión, las amistades, la relación de una madre con su hija, o de las personas arrogantes que tienen su merecido. Ninguno de estos temas cae en la cotidianeidad, sino que se abordan con base en sueños, máscaras, espantapájaros, ermitaños o hasta los siete pecados que discuten entre ellos.

A pesar de ser una obra que prácticamente tiene 100 años de haber sido publicada, consigue entender la naturaleza del ser humano a la perfección. Porque al final del día, no importa en qué época se esté, todos somos locos que nos ocultamos detrás de una máscara, con demasiado miedo de demostrar nuestro verdadero ser.

La culta ignorancia



Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua, en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.
Jorge Luis Borges

La televisión lo consiguió. A pesar de los esfuerzos de los intelectuales, de sus textos, ensayos, y hasta sus siniestros razonamientos, parece ser que a nadie le gusta leer. La gente no lo hace aunque su vida dependa de ello.

Han salido múltiples argumentos con similares premisas donde se expresan la preocupación por esta nueva Era, la cual prefiere un control remoto, o el click de distancia que hay a cualquier plataforma que un clásico de la literatura, o simplemente a unas cuantas páginas en sus manos. Todos están en crisis, los jóvenes no se interesan, los políticos no ponen de su parte, y los intelectuales se amargan día a día.

La encuesta más reciente es del Módulo de Lectura (MOLEC), levantada por el INEGI, la cual declara que en promedio el mexicano adulto lee 3.8 libros al año, lo cual contrasta de manera impactante con los 47 libros que los finlandeses leen en promedio. La diferencia es estratosférica. Por supuesto no se puede negar el gran fallo que hay en el sistema. Se está fracasando en cada paso que damos en contra de este enemigo que cada día es más tangible: la ignorancia.

Los grandes errores que se han cometido en esta infalible lucha, es atribuir a la lectura una cura infalible en contra de la brutalidad. Por leer un libro, las personas no se van a trasformar en lo que no son, no va a ser la utopía de salvación que todos esperamos. Ayudaría, de eso no cabe la menor duda, pero tampoco es el milagro esperado que cambiará todo solo al leer un renglón de un libro, como ingenuamente se ha creído.

Asimismo, no se puede obligar el gusto a la lectura, no se puede clasificar qué libros se deben leer y cuáles no, no es posible que se levante el ego de una persona simplemente porque se leyó un título que la sociedad reconoce como una obra de arte, o que se nos den listas dictando a los mejores y peores libros, pues se estarán demeritando títulos y enalteciendo otros. Así no funciona, no se puede imponer un título como tampoco se puede hablar de amor obligado.

Tal como dice Borges, no existen personas a quienes no les guste la lectura, más bien no han encontrado al autor que escriba para ellos. La magia de transportarte a otro mundo, a otras épocas, a nuevas aventuras, a reflexiones que jamás habían pasado por tu mente, pero que sin embargo te hacen rescribir todo lo que creías saber o haber pensado, ese tipo de pericia quiméricas son un placer que pueden deleitar a todos, pero no todos podemos viajar a través de las mismas páginas, y de los mismos autores.

Esta es la belleza de la lectura, que siempre habrá un libro esperando por ti, y que nunca se repite la misma experiencia. Todos lo vivimos diferente, simplemente porque todos somos diferentes, y porque hemos recorrido distintos caminos. Entonces, si un libro te aburre, está bien, solamente elige uno nuevo, y no te impongas títulos construidos por una sociedad que homogeniza nuestros pensamientos y hasta sentimientos.

En este segmento se estará escribiendo de diversos libros, los cuales no todos tienen porque gustar, aunque sí es recomendable que se lean, se degusten, se intenten disfrutar. Así se comenzará a saber cuál es el estilo de cada uno, las preferencias, y se podrá encontrar a ese autor que escribe para uno, para nuestro deleite.


El amor según Kundera

“Al final del verdadero amor está la muerte y sólo un amor que termina en muerte es amor”

La fama y el prestigio preceden el nombre de Milán Kundera, autor checoslovaco de diversas obras tales como: “La insoportable levedad del ser”, “La Broma”, “El libros de los amores ridículos”, entre otros.

En muchas ocasiones, el interés político de Kundera aparece en varios de sus escritos. De igual manera, sus libros nos deleitan con pinceladas filosóficas en cada página donde el autor posa su pluma; muchos afirman que sus grandes influencias son Nietzsche y Kafka. El checoslovaco salpica sus obras con tintes de humor negro, detalle muy característico en su narrativa.

El libro de los amores ridículos, contiene siete historias en donde Kundera se burla de los amores y problemas que éste provoca; del juego de la conquista que se ha banalizado; de los monumentos inconscientes que guardamos en nuestras memorias y por miedo a ensombrecerlos nos privamos de los placeres que la vida nos ofrenda; de la belleza que puede engañar a nuestros sentidos y hasta a nuestros corazones y del impacto que un rechazo puede tener en nuestras vidas.

Se comienza a cuestionar de los amores no correspondidos, con frases tales como: Si alguien se enamora de él, ¿acaso se convierte automáticamente en responsable de sus actos? Y termina respondiendo dicha interrogante afirmando que las personas son responsables de su ignorancia, puesto que el saber es una responsabilidad y el desconocimiento que lastima a otros quedará siempre en nuestra conciencia.

La omisión de nuestros actos no nos exenta de ellos, no es tan fácil escapar de lo que preferimos no ver, de la venda que nos ponemos por miedo a ser sinceros con nosotros mismos y con los otros. Al contrario, dicha ignorancia nos vuelve aún más culpables, ya que nos coronamos como ingenuos, y sin embargo nos convertimos en los mayores pecadores. De igual manera, delibera cómo el amor de un individuo carente de belleza se vuelve más puro, por la devoción que se tiene al otro ser, así como la inexperiencia que se tiene en ese ámbito.


Milán Kundera, lo vuelve a hacer, nos vuelve a ilustrar con su magistral capacidad para crear mundos de amores tortuosos y que al mismo tiempo son hilarantes para el lector, gracias al cinismo de su pluma nos hace reflexionar sobre las relaciones humanas y los amores que cada día parecen empobrecerse. En cada relato nos adentramos a la psicología de los personajes, intentando encontrar la mayor aproximación de cómo el ser humano está viviendo los amores.