En la colonia Roma se vive una realidad
diferente, se respira un mejor aire, se vive lo mejor de dos épocas. Cabe
aclarar que no me expreso así solamente porque ahí vivo, en serio, tienes que
caminar por esas calles hechas con recuerdos, que las yemas de tus dedos toquen
las paredes de los edificios que se construyeron con los deseos de cientos de
personas.
Tus ojos no pueden ver una grieta en el
suelo sin leer en ellas las lágrimas que se derramaron, o que el aire te traiga
consigo las historias que cada rincón de la Roma encierra con ellos. No miento,
ve un día y respira esa brisa que te llenará de los suspiros de otras personas
y te alborotará juguetonamente el cabello con las risas que se quedaron
enterradas en tan espectacular colonia.
Porque así es la Roma, ahí se vive el
pasado, aparte del presente. Ahí se vive el romance y se sufre la tragedia. Y
sí, es ahí donde también conocí el amor, pero ésta no es una historia
romántica. Es la historia que cuenta cómo me rompieron el corazón y como es el
deseo el que continua prevaleciendo en mí.
Ahí entre las calles de mi colonia es
común toparse uno con apasionados amantes que comparten el secreto de un
ardiente amor. Es frecuente que tus ojos pasen distraídamente por las manos
entrelazadas de jóvenes que van con radiantes sonrisas en los rostros creyendo
que el mundo es suyo, solamente porque se tienen el uno con el otro.
Yo veía eso con anhelo, mientras que
otros apenas y lo observaban. Yo quería ser uno de ellos, yo deseaba que
alguien entrelazara su mano con la mía, sentir el calor del cuerpo de otra persona,
o que los latidos de mi corazón resonaran en junto con el de alguien. Creí que
iba a ahogarme en anhelos, pero fue cuando cumplí 17 años que llegó el día en
que mi deseo al fin se cumpliría, pero al mismo tiempo se convirtió en el
inicio de un dolor que no me he podido sacar. Ese día fue el mejor de mi vida,
y al mismo tiempo el peor que he pasado. Porque así de paradójico es el amor.
Aprendí entre las hojas de
los libros cómo hasta los amores más puros e inocentes son condenados por la
sociedad. Y aun así no me importó, yo quería experimentar ese embriagador
sentimiento que nos llena, el amor que Carlitos le tuvo a Mariana, el amor que
se vivió entre las calles de mi Roma. Ese amor puro, casto, y bueno es lo que
necesitaba. No podía seguir encerrado en la sobreprotección que mi madre tenía
hacia mí. No me malinterpreten, sé que
lo hace por amor. Pero necesito una brisa que me llene de vida, y no de
preocupaciones. Que me libere, en lugar de hacerme sentir prisionero.
Pero continuemos con esta
historia que no es de amor. Fue ese trágico día, mientras caminaba con mi mamá
en el parque, intentando celebrar mi nacimiento, vi a una hermosa joven con
rizos cafés, y ojos color chocolate. Tenía un vestido blanco, que la hacía
parecer un ángel. Ella reía, mientras sostenía entre sus dedos mi libro
favorito. Se encontraba sola, con el sol pegándole en sus delicadas facciones,
sentada tranquilamente en una banca. Me congelé, mi corazón se detuvo un
momento mientras absorbía cada detalle de ella. Una energía corría a través de
mis venas.
Mi mamá, preocupada, me tomó
la temperatura. Yo le quité la mano con un ademán un tanto grosero, pero es que
ya estaba harto de sus cuidados sobreprotectores, por dios, tenía 17 años. La
joven bajó el libro cuidadosamente, y me sonrió calurosamente. En ese momento
llegué al climax de una felicidad que no conocía, no quería soltar ese momento
nunca, quería quedar atrapado entre los pliegues de su sonrisa, entre las
pestañas que coronaban sus ojos, y entre esos dedos que sostenían las páginas
de ese libro que tanto me había hecho volar entre sus renglones.
Intenté ir hacia ella, pero
encontré a mi mamá agarrándome del brazo fuertemente, jalándome hacia ella. Yo
enojado, tiré de su agarre y seguí caminando hacia es hermosa joven. Las palabras
querían salir de mi boca, pero como siempre se me trabaron entre la lengua y se
quedaron en un efímero pensamiento. La joven se acercó a nosotros, y con temor
comprobé que se dirigía a mi madre. No,
pensé en mi interior, no nuevamente, por favor.
-¿Qué tipo de autismo tiene
su hijo? Soy nueva en el área, mucho gusto- se presentó cortésmente,
extendiendo la mano hacia mi madre.
En ese momento dejé de
escuchar, me quedé petrificado. No había notado que me encontraba en el área de
rehabilitación, no creí que me fueran a llevar el día de mi cumpleaños a estos
jardines. Mi madre comenzó a platicar con la joven, que resultó ser trabajadora
de ahí.
Yo quería gritar, quería
llorar. Creí que por primera vez me habían visto por lo que soy, y no por la
enfermedad que aquejaba mi cuerpo. Oí mi corazón crujir, mientras que la
enfermera me sonreía intentando comunicarse conmigo. No podía tener idea del
daño que su sonrisa me había hecho. Cerré los ojos mientras mi mente viajaba a
las calles de esa colonia que tenía mi amor oculto, que sabía que tenía un
corazón palpitando por mí y no por mi enfermedad.